Michelle jacotey

Sulla collina di Zapotecas a Cholula, si dice che ci sia la grotta del diavolo ed è lì che il personaggio sinistro di cui parla questa leggenda, secondo le storie della popolazione locale, è una persona che appare nelle strade di Cholula ma che lascia la grotta del diavolo in modo che gli venga chiesto ricchezza. A Cholula, si ritiene che ci sia un burrone sulla collina di Zapotecas dove si trova la grotta del diavolo, in cui, dicono che alcune notti - che sono curiose, vili, ambiziose e si sono avventurati per entrare - vendono la loro anima a Diavolo in cambio di qualche favore o denaro. Il Charro Negro è un cavaliere senza volto che lascia la caverna per tentare le persone che camminano per le strade di Cholula e che sono ambiziose, al mattino presto per offrire loro denaro e potere in cambio della loro misera anima. Questo personaggio appare vestito come Charro in sella a un vivace destriero che emette suoni macabri che paralizzano la sua vittima e si avvicinano alle persone per chiedergli cosa vogliono in cambio della sua anima o di quella dei suoi figli. La leggenda narra che se osservano persone che improvvisamente hanno una ricchezza inspiegabile, hanno sicuramente stretto un patto con il charro nero. C'è chi dice di aver visto questo charro con il suo cavallo nero sulla collina che si trova nel parco noto come Soria, di fronte alla grande piramide di Cholula, dove molti sostengono di aver trovato monete d'oro. En el cerro del Zapotecas en Cholula, se dice que existe la cueva del diablo y es ahí de donde sale el siniestro personaje del que habla esta leyenda, según los relatos de la gente del lugar, es una persona que se aparece por las calles de Cholula pero que sale de la cueva del diablo para que se le pidan riquezas. En Cholula se cree que en el cerro del Zapotecas existe una barranca en la que se encuentra la cueva del diablo, en la cual, dicen que algunas noches -quienes son curiosos, viles, ambiciosos y se han aventurado a entrar- venden su alma al diablo a cambio de algún favor o dinero. El Charro Negro es un jinete sin rostro que sale de la cueva para tentar a la gente que camina en las calles de Cholula y que son ambiciosos, durante la madrugada para ofrecerles dinero y poder a cambio de su mísera alma. Este personaje se aparece vestido de Charro montando un brioso corcel haciendo sonidos macabros que paralizan a su víctima y se acerca con las personas para que se le pidan lo que quieran a cambio de su alma o la de sus hijos. La leyenda dice que si observan a las personas a quienes de repente tienen una riqueza inexplicable, seguro han hecho pacto con el charro negro. Hay quienes dicen haber visto a este charro con su caballo negro en el cerro que se encuentra en el parque conocido como Soria, de frente a la gran pirámide de Cholula, lugar donde muchos aseguran haber encontrado monedas de oro.

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Michelle jacotey

Corría el año de 1785 en la Puebla antigua, eran las 3 de la madrugada cuando Doña Juliana Domínguez, esposa de don Anastasio Priego (familia acaudalada y respetada en la Ciudad de los Angeles y dueños del mesón de Priego), comenzó con los dolores de parto previas al alumbramiento de su primogénito y era necesario ir urgentemente por la partera, doña Simonita. Don Anastacio corrió por su sombrero, capa y espada y pidió a la servidumbre que fueran preparando todo lo necesario para el nacimiento de su hijo mientras él regresaba con la partera. Era una noche lluviosa y tormentosa, motivo por el cual quisieron acompañarle sus ayudantes, además porque siempre las horas de madrugada han sido propicias para asaltos y asesinatos, Don Anastasio no quiso la compañía de nadie y se dirigió solo hacia la parroquia de Analco, que en aquellos tiempos era panteón, dirigiéndose hacia la calle de Santo Tomás, hoy conocida como la 5 oriente. Por lo oscuro de la noche, iba alumbrándose con una lámpara de aceite cuando lo sorprendió un tipo que en forma enérgica y poco cortés desenvainó su espada y se la puso en el abdomen al señor Priego al mismo tiempo que le exigía todas sus pertenencias. Para esto, Don Anastasio siempre era conocido por ser hábil en el arte de la esgrima, y tanto que pocos lo retaban, motivo por el cual dio un salto y sacando su espada con la rapidez de un rayo, la hundió en el corazón del asaltante, quien de inmediatamente cayó muerto. Con la prisa que tenía por llegar a donde estaba la partera se olvidó de lo ocurrido y llegó hasta el hogar de ésta para dirigirse a su casona. Pasaron por el puente de Ovando, evitando regresar por el mismo rumbo y ver la sangrienta escena que había dejado, cruzaron la plazuela de Analco viendo a lo lejos a la muchedumbre que se arremolinaba en torno al cadaver del criminal para llegar un poco más tarde de nuevo al mesón. Llegaron justo a tiempo para recibir a un par de gemelos. Al terminar su trabajo, don Anastasio acompañó de nuevo a la partera; más que por cortesía, fue por regresar al lugar del crimen donde encontró el cadáver rodeado de parrquianos que oraban por el alma desgraciada. A partir de ese momento, le empezaron a llamar el callejón del muerto, antiguo callejón de illescas ubicado entre la 3 y 5 oriente esquina con 12 sur. Se cuenta que desde ese momento comenzó a aparecerse el asaltante a todo aquel que pasaba a horas no apropiadas, motivo por el cual don Marcelino Yllescas, vecino del lugar, mandó a hacer misas en su honor. Una tarde de agosto, en el atrio del templo de Analco llegó un hombre que abordó al sacerdote Francisco, -conocido en los alrededores cariñosamente como el Padre Panchito- al mismo tiempo que le tomó del brazo pidiéndole que lo confesara. Como el sacristán ya iba a cerrar la iglesia, el padre Panchito, como cariñosamente lo llamaban, le pidió que no lo hiciera porque iba a entrar al confesionario. El tiempo transcurría y el sacristán entró a la iglesia, pero ni el sacerdote ni el hombre se encontraban. Todos los días a las siete de la mañana el padre Panchito celebraba misa, pero en esta ocasión no acudió. El párroco y el sacristán acudieron a su casa y lo encontraron muy grave, enfermo de tifus, por lo que el párroco confesó al padre y en su confesión éste le dijo que había dado absolución a un hombre que tenía mucho tiempo de muerto y que como estaba penando, venía con permiso de Dios a buscar el perdón y el descanso eterno. Al siguiente día, el padre Panchito murió por el impacto tan fuerte de haber hablado con un difunto y verlo desaparecer al otorgarle la absolución. Se terminó el penar de esa alma y al callejón sólo le quedó el nombre porque nunca más apareció el muerto.

Michelle jacotey

Era l'anno 1785 nella vecchia Puebla, erano le 3 del mattino quando Doña Juliana Domínguez, moglie di Don Anastasio Priego (famiglia ricca e rispettata nella città di Los Angeles e proprietari della locanda di Priego), iniziò con le sofferenze di il parto prima della nascita del primogenito ed era necessario andare urgentemente dall'ostetrica, la signora Simonita. Don Anastacio corse giù il cappello, il mantello e la spada e chiese ai servi di preparare tutto il necessario per la nascita di suo figlio mentre tornava con l'ostetrica. Era una notte piovosa e tempestosa, motivo per cui i suoi assistenti volevano accompagnarlo, anche perché sempre le ore del mattino sono state favorevoli ad assalti e omicidi, Don Anastasio non voleva la compagnia di nessuno e si diresse solo verso la parrocchia di Analco, che A quel tempo era un pantheon, diretto verso la strada di Santo Tomás, oggi noto come il 5 Oriente. Al buio della notte, si stava accendendo con una lampada a olio quando fu sorpreso da un ragazzo che sfoderò energicamente e educatamente la sua spada e la mise sull'addome del signor Priego mentre chiedeva tutte le sue cose. Per questo, Don Anastasio era sempre stato noto per essere abile nell'arte della scherma, e così tanto che pochi lo sfidarono, motivo per cui saltò e tirò la spada con la velocità del fulmine, affondò nel cuore dell'assalitore , che cadde immediatamente morto. Nella fretta dovette arrivare dove si trovava l'ostetrica, dimenticò cosa accadde e andò a casa sua per andare a casa sua. Attraversarono il ponte di Ovando, evitando di tornare dallo stesso corso e vedendo la scena sanguinosa che aveva lasciato, attraversarono la piazza di Analco vedendo in lontananza la folla che turbinava attorno al cadavere del criminale per arrivare un po 'più tardi di Nuovo alla locanda. Sono arrivati ​​appena in tempo per ricevere un paio di gemelli. Alla fine del suo lavoro, don Anastasio accompagnò di nuovo l'ostetrica; piuttosto che per gentile concessione, fu per tornare sulla scena del crimine in cui trovò il corpo circondato da parrquianos che pregavano per l'anima sfortunata. Da quel momento, hanno iniziato a chiamarlo il vicolo dei morti, il vecchio vicolo di illescas situato tra il 3 e il 5 angolo est con il 12 sud. Si dice che da quel momento l'assalitore cominciò ad apparire a tutti coloro che passavano in momenti inappropriati, motivo per cui don Marcelino Yllescas, un vicino di casa del luogo, mandò a fare messe in suo onore. Un pomeriggio d'agosto, nell'atrio del Tempio di Analco, venne un uomo che si avvicinò al sacerdote Francisco, - affettuosamente conosciuto nei dintorni come padre Panchito - nello stesso momento in cui lo prese per un braccio chiedendogli di confessarlo. Mentre il sacrestano stava per chiudere la chiesa, padre Panchito, come lo chiamavano affettuosamente, gli chiese di non farlo perché stava per entrare nel confessionale. Il tempo passò e il sacrestano entrò in chiesa, ma né il prete né l'uomo lo erano. Ogni giorno alle sette del mattino, padre Panchito celebrava la messa, ma in questa occasione non partecipava. Il pastore e il sacrestano vennero a casa sua e lo trovarono molto serio, malato di tifo, quindi il pastore confessò al padre e nella sua confessione gli disse che aveva assolto un uomo che aveva molto tempo per morire e che Soffriva, venne con il permesso di Dio di cercare perdono e riposo eterno. Il giorno seguente, padre Panchito è morto a causa del forte impatto di aver parlato con un defunto e di vederlo scomparire concedendogli l'assoluzione. Il dolore di quell'anima era finito e il nome era rimasto solo perché il morto non era più apparso.

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