Niwë Biri

PH: Bertha C. Ruíz “Aunque el exilio no es algo que se desee por diversión, hay una ganancia inesperada en él: son muchos los regalos del exilio. Saca la debilidad a golpes, hace desaparecer los plañidos, habilita la percepción interna aguda, acrecienta la intuición, otorga el poder de la observación penetrante.” Mujeres que corren con lobos

Niwë Biri

Confinada en " El Paraíso" Dicen que uno está donde debe estar. A mí todo éste asunto de la pandemia me agarró fuera de mi casa, incluso de mi ciudad. Trabajaba como voluntaria en un hostal de un pequeño pueblo perdido en Bolivar, cuando estalló lo del corona. Llevábamos unos días en el lugar y todo se dió precipitadamente; en menos de nada los lugares turísticos de la zona habían cerrado y el hostal despedía a los pocos extranjeros que quedaban. Todo pasó muy rápido. Eramos 3 voluntarias en el lugar y tuvimos que quedarnos esperando noticias de cómo se desenvolverían las cosas. Lo que no sabíamos es que pasarían días, meses y con el tiempo se haría más difícil volver a nuestros lugares. Al principio todo era de ensueño. Una hectárea para movernos con "libertad", una de las comidas y la dormida como pago por los trabajos en el lugar, naturaleza, el mar a unos cuantos metros, las tardes para descansar. Al paso de los días todo se complicaba. La gente del pueblo reaccionaba cuando salíamos a abastecernos a las tiendas cercanas. Corrían rumores de que eramos extranjeras y foco del virus y por eso debíamos estar encerradas en el hostal. Pedíamos domicilios y por un tiempo no pudimos ni sacar dinero para solventar nuestros gastos. Cuando pudimos hacerlo, los habitantes del pueblo nos sacaban fotos con sus celulares y se las enviaban al inspector diciendo que incumplíamos las normas, mientras ellos salían con normalidad, en grupos, sin tapabocas y a cualquier hora del día e incluso se enfiestaban los fines de semana en frente de sus casas mientras las únicas que cumplían la cuarentena, eramos nosotras. La gente pasaba por en frente del lugar, burlándose al vernos. Finalmente luego de 2 semanas recibimos el aval de la secretaria de salud que constataba que habíamos cumplido la cuarentena y podíamos salir. Aún así, le gente seguía persiguiéndonos con fotos y quejas a la inspectoría. Eramos discriminadas. Un par de veces nos aconsejaron no salir porque era posible que la gente nos agrediera verbal y físicamente. Así que en el hostal decidieron cerrar con llave la puerta en varias ocasiones para evitar que salieramos ya que eso les llevaría quejas e inconvenientes, aunque ellos también podían salir. Todo se volvió una pedidera de permiso, como cuando estás en la escuela y debes ir orinar. Salir a determinadas horas, no andar por el pueblo, no demorar, no ir todas al tiempo, mientras de otro lado todos seguían con sus rutinas. Fue difícil manejarlo. Tratamos de buscar salidas solicitando permisos pero nunca nos nos hicieron caso y debimos seguir allí hasta cumplir 2 meses, incluso a sabiendas de que mi amiga tenía problemas de salud y era premura movernos a una ciudad cercana o a la capital. Con el tiempo pudimos salir a caminar, pero para ese entonces ya eran muchas las tensiones, tanto así que gracias a una de ellas conseguimos irnos del hostal y de "Pueblo Perdido" como lo llamábamos a modo de broma, o "Playa Baja". Finalmente pudimos solicitar el permiso para movernos a otro lugar y estar un poco más tranquilas, sin tanta presión y discriminación por parte de la gente del pueblo. Fue una etapa de reflexión, de como decidimos poner fronteras en todo. Geográficas, de razas, de condición social, intelectuales. Nos acostumbramos a posesionarnos de todo y a excluir a quienes creemos que no pertenece a. Se nos olvidó que donde estamos no nos pertenece, que somos invitados, que estamos de paso. Aún así siempre, en un rinconcito recóndito de cada lugar, hay seres que se salen de esos patrones, y gracias a ellos, queda una gota de esperanza en la humanidad. NB

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